lunes, 31 de octubre de 2011

Lilia Ferreyra

“Pensé: Rodolfo, te escucharon”



A pocos días de la condena a los represores que actuaron en la ESMA, la compañera de Walsh, y actual representante del Estado en el ente público Espacio de la Memoria, confiesa que al escuchar la sentencia recordó el último párrafo de la Carta Abierta a las Juntas Militares, donde el periodista expresaba: “Sin esperanza de ser escuchado”. “Sentí la satisfacción de haber cumplido con el mandato que él solía repetir, el de sobrevivir”, confesó.

Era un departamento de un ambiente. Tamaño mínimo, lo justo para quedarse a dormir en Buenos Aires si ya había partido el último tren diario a San Vicente que salía a las 18 desde Constitución. El monoambiente estaba en la calle Gutiérrez, a metros de Malabia y Las Heras, cerca del Botánico. Nadie conocía ese primer piso interno, de 3,20 por 2,60. Sólo ellos dos. Nadie, hasta ese día de abril de 1977 en que Lilia Ferreyra llegó al lugar acompañada por Horacio Verbitsky. Había pasado una semana de la caída de Rodolfo Walsh.

Lilia, pareja de Walsh, le había pedido ayuda a su amigo y compañero de ANCLA, la agencia de noticias clandestina que había creado el autor de Operación Masacre. Juntos vaciaron el departamento, del que se llevaron parte de los cables de ANCLA, algunos libros y una mesa plegable que Walsh solía usar para escribir su cuento inédito “Juan se iba por el río”. El relato nunca vio la luz, no llegó a publicarse. Está desaparecido, al igual que su autor.

Tampoco llegó a la imprenta el cuento que estaba escribiendo sobre el aviador y la bomba, que transcurría durante el bombardeo de la Plaza de Mayo realizado por la aviación naval en 1955. Lo mismo el cuento “Ñancahuazú”, sobre el Che en Bolivia. O el relato autobiográfico “El 27”, en que Walsh desnudaba la conflictiva relación con su padre. Todos esos papeles estaban en una carpeta que llevaba el título “Lidia”. La carpeta que formó parte del botín de guerra cuando los represores saquearon y bombardearon la casa de Ituzaingó y Triunvirato, en San Vicente. Allí vivían Walsh y Ferreyra.

La noche antes de caer en manos del grupo de tareas de la ESMA, al cumplirse el primer año del golpe, Walsh y Ferreyra brindaron en San Vicente con una botella de vino. El escritor había logrado cumplir con una promesa. Que el 24 de marzo de 1977 iba a tener terminados los dos textos en los que venía trabajando desde hacía meses: la Carta Abierta a la Junta militar y el cuento “Juan se iba por el río”. Walsh había sobrevivido un año a la maquinaria de producción de exterminio. En los meses previos habían sido muertos su hija María Victoria y su amigo Francisco “Paco” Urondo.

El miércoles pasado, Lilia escuchó las condenas a Alfredo Astiz y Jorge “Tigre” Acosta, entre otras caras emblemáticas de la ESMA, y pensó en dos textos escritos por Rodolfo. Recordó la frase final de los partes de noticias de Cadena Informativa: “Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad.” Y también repasó, en silencio, como si Rodolfo se lo estuviera leyendo otra vez en voz alta en la casa de San Vicente, el último párrafo de la Carta a la Junta: “Sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace tiempo de dar testimonio en tiempos difíciles.” “Sentí esa ‘satisfacción moral’”, dice Lilia a Tiempo Argentino mientras sus dedos tantean el paquete rojo de Jockey para buscar otro cigarrillo.

La compañera de Walsh conversa con este diario en su oficina en la ex ESMA. Es la representante del Estado Nacional en la dirección tripartita del Ente Público Espacio de la Memoria. Según el convenio firmado entre Nación y Ciudad en 2007, ratificado por ley en el Congreso y la Legislatura, el Ente Público asumió la potestad de adjudicar en tutela los 34 edificios que forman parte del predio. El organismo también monitorea el cumplimiento de los acuerdos que convirtieron a ese complejo en un centro internacional de los derechos humanos. En el predio también funcionan las dos señales televisivas que dependen del Ministerio de Educación: Encuentro y Paka Paka.

La oficina de Lilia es un modesto cuartito en el que predomina el blanco. Está ubicado en lo que supo ser el Pabellón Delta, donde los aspirantes a oficiales tenían su gimnasio. Una de las paredes está decorada con una foto enmarcada que la muestra dándole un abrazo a Néstor Kirchner en el ex patio de armas. En otra pared domina una ventana. Detrás del vidrio se ve el verde de los árboles. “Son 860 árboles en total”, informa Lilia gracias a los resultados de un relevamiento que mandó hacer en las 17 hectáreas del predio.

Conocer el número exacto de árboles no es un dato intrascendente: Lilia encargó el trabajo con un objetivo en mente: estaba buscando el lugar exacto para emplazar la instalación artística en memoria de Walsh en la que está trabajando el escultor y pintor León Ferrari. Ferrari y Walsh fueron amigos. Ambos colaboraron activamente con la CGT de los Argentinos. Ferrari tiene un hijo desaparecido, Ariel, que fue llevado a la ESMA.

La instalación será un homenaje a la Carta Abierta a la Junta Militar. Diez paneles de vidrio, con las letras iluminadas que tendrán la misma tipografía de la máquina de escribir portátil Olympia que Walsh utilizó para tipear el texto. “Los paneles van a irradiar una luz especial. Y la instalación quedará en forma permanente en el bosque de eucaliptos que está frente al Casino de Oficiales y sobre la Avenida del Libertador”, cuenta Lilia.

EL MANDATO DE SOBREVIVIR. “Cuando escuchaba la sentencia tuve como un diálogo imaginario, imposible, con Rodolfo. Recordé el último párrafo de la Carta Abierta, donde él dice ‘sin esperanza de ser escuchado’. Y entonces le dije ‘Rodolfo, te escucharon’. Pero fue un momento muy íntimo.” La compañera de Walsh está sentada en un escritorio, al rato entra una colaboradora y le pide que firme unos papeles. “Ahora soy una burócrata”, murmura, divertida, mientras busca la lapicera. “Al escuchar las sentencias, al oír que los imputados eran condenados por el homicidio de Rodolfo, pero también por el robo de sus bienes y de sus escritos, sentí la satisfacción moral de haber cumplido con el mandato que él solía repetir. El mandato de sobrevivir. Porque todo ese material inédito estaba en mi memoria. Esos textos, entre ellos ‘Juan se iba por el río’, estaban en San Vicente. Se los llevaron de ahí y no había copias”, dice.

–¿Y se acuerda del contenido de esos relatos?

–Sí. Me acordaba porque habíamos organizado juntos las carpetas. Sabíamos qué había en cada una, y en qué partes. La única persona que conocía la existencia de eso, que sabía del trabajo de él sobre esos textos, era yo. Ese material se perdió. Aunque mantenemos la esperanza insobornable de que alguna vez aparezcan. Rodolfo me decía que si pasaba algo yo tenía que sobrevivir. Me acordé de todo eso cuando leyeron la sentencia. Y sentí esa satisfacción moral de haber cumplido con el mandato de sobrevivir, para tener todo aquello en mi memoria, y así poder dar testimonio de sus escritos inéditos. Además, para un hombre como Rodolfo, un militante y un escritor, sus textos escritos, la apropiación de sus textos escritos puede, no equipararse de la misma manera pero sí ser similar, a la apropiación de los hijos. Porque es la apropiación de su creación.

–¿Qué le pasó por la cabeza cuando vio a Astiz tocar la escarapela, o cuando en su alegato se comparó con un “gladiador romano” y dijo que “lo que empieza mal, termina mal”?

–Es la pequeñez de un hombre perverso. Fue un gesto desafiante pero estúpido, pueril. No hizo más que reflejar su pequeñez y la miserabilidad de su condición humana. Es la imagen de la banalidad del mal que describió Hannah Arendt.

–La condena al grupo de tareas de la ESMA se produjo justo un día antes del primer aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. ¿Cómo vivió esa coincidencia temporal?

–Sobre eso hay algo que quiero decir y que tiene que ver con Rodolfo. A fines de 1976, cuando él había empezado a trabajar en la Carta Abierta a la Junta Militar, estaba convencido de la derrota. Pensaba que iban a pasar entre 30 o 40 años para que el pueblo argentino pudiera iniciar su recuperación, para que pudiera renacer del estrago que estaba causando la dictadura en todos los planos. Decía que, como la política de la dictadura era el exterminio, lo que había que tratar de hacer era, justamente, buscar la manera de sobrevivir. Tratar de sobrevivir.

–Eso es muy distinto de la versión que circuló mucho en algunos libros sobre Montoneros, donde se decía que había una vocación suicida de algunos militantes, o que la muerte de los compañeros pesaba de manera algo culposa.

-No, no. Rodolfo era un hombre que lo que pensaba, lo decía; y lo que decía, lo escribía. Y lo que pensaba, decía y escribía, lo actuaba.

–También tendría algún defecto…

–Sí, por supuesto. Se equivocaba, se equivocó varias veces. Desde ya. Para nada es mi intención idealizarlo. Era un hombre. Pero un hombre de una gran coherencia. El hecho de tener una gran coherencia no quiere decir que sea alguien inequívoco. Significa, simplemente, tener coherencia. A fines de 1976, él decía que había que disolver la organización y que los compañeros que estuvieran dentro, o formaran parte de todo el movimiento militante, tenían que encontrar la manera de sobrevivir. Había que evitar el exterminio. Y en los casos de los compañeros que tenían situaciones de seguridad muy precarias, había que sacarlos del país o irse.

–Entonces él estuvo de acuerdo con que la conducción de Montoneros se fuera del país.

–Sí, por supuesto. Y otros, probablemente, tenían que tratar de sumergirse en el conjunto del pueblo, en distintos lugares y demás, para tratar de rehacer su vida, poniendo un negocio, comprando una vaquita. Viviendo, en suma. Lo importante, decía Rodolfo, era sobrevivir. Él pensaba que a la sociedad le iba a llevar muchos años recuperarse de la dictadura. Pero como era un optimista histórico y además tenía un profundo pensamiento estratégico, también pensaba que en el momento en el que la etapa histórica lo hiciera posible, muchos de esos compañeros que habían sobrevivido iban a aparecer. Iban a volver. Otros quedarían en el camino. En el año 2003, cuando Néstor asume el gobierno y dice en su discurso de asunción que no va a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno, y luego habla de los sueños de una generación, yo me acordé de aquella premonición de Rodolfo sobre los tiempos históricos. Sentí esa premonición. Y cuando Néstor vino a la ESMA, a la inauguración de la Plaza de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, lo escuché decir “volvimos”. Entonces me abrí paso entre la gente que lo rodeaba, puede llegar hasta él, lo abracé. Y le dije: “Gracias, Néstor, aquí estamos.” A él ya le habían dicho quién era yo. Yo pienso que esa pareja de estudiantes de La Plata que se fueron al extremo sur del país, con la firmeza de las convicciones y la inteligencia de entender la etapa histórica y el momento político, están reconstruyendo paso a paso el rumbo del país. De todo eso hablaba Rodolfo con esa mirada estratégica que iba más allá de las décadas. A mí me hubiera gustado poder decirle todo esto personalmente a Néstor. No pude. Pero quisiera que nuestra querida Cristina lo supiera. <

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